Grupo de Lectura 1: Fecha: 12 de marzo de 2022. Lugar: Sala de Juntas Ateneo Mercantil. Nº de asistentes: 12. Editorial: Libros del Asteroide. Pág: 240 páginas.

Autor: David Kidd (1927-1996) nació en Corbin, Kentucky. A finales de 1946, tras licenciarse en la Universidad de Michigan donde había estudiado Cultura China, se marchó a la Universidad de Yenching, en Pekín. Allí estudió poesía china y dio clases de inglés en la Universidad de Qinghua. Vivió en Pekín durante cuatro años –incluyendo los de la toma del poder por los comunistas–, en el transcurso de los cuales se empapó de la cultura artística del país, frecuentó a ilustres expatriados como John Blofeld o William Empson y conoció a la que sería su esposa.

Su matrimonio con Aimee Yu, una joven de la aristocracia pequinesa, le permitiría conocer de primera mano el desmoronamiento de la antigua China. En 1950 Aimee y David abandonaron Pekín camino de Estados Unidos. En este país Aimee comenzó su carrera como física, mientras que David enseñó en el Asia Institute de Nueva York hasta 1956, año en que se instaló en Japón. Allí dio clases en las universidades de Kobe y Osaka y se convirtió en un reconocido coleccionista de arte chino y japonés. Más tarde se instaló en Kioto y fundó la Oomoto School of Traditional Japanese Arts. Sus recuerdos de los últimos días de la antigua China se publicaron en 1960 con el título de All the Emperor´s Horses y volvieron a editarse en 1988, revisados, como Peking Story.

Sinopsis: Kidd vivió durante cuatro años (De 1946 a 1950) en la ciudad de Pekín; en 1949, cuando los comunistas acababan de llegar al poder, se casó con la hija de una aristocrática y acaudalada familia china, y pasaría el tiempo que le restaba en la ciudad instalado en la mansión familiar de su esposa. Allí se convertiría en testigo de la desaparición de la China milenaria: la revolución iba a suprimir rápidamente las antiguas tradiciones y las viejas formas de vida.

Este libro contiene sus memorias de aquellos años: el retrato íntimo de un mundo elegante y refinado, de viejas costumbres milenarias, un retrato memorable y conmovedor porque el mundo que en él se describe iba a ser implacablemente destruido. «Siempre tuve la esperanza -nos dice Kidd- de que algún académico joven y brillante se interesaría por nosotros y por nuestros amigos chinos antes de que fuera demasiado tarde, de que estuviéramos todos muertos y las maravillas que habíamos contemplado quedaran sepultadas en el olvido. Pero este joven no ha aparecido y, por lo que sé, soy el único cronista con material de primera mano sobre esos años extraordinarios que vieron el final de la vieja China y los comienzos de la nueva.» En este libro, Kidd consigue que todos esos sucesos extraordinarios vuelvan a la vida.

Comentarios: La obra gustó a todos los asistentes, agradable de leer, elegante, amena e ilustrativa, bien escrita. Es más una narración, un reportaje o un diario que una novela, como una especie de biografía del autor sobre la concreta época a que se refiere. Ofrece mucha información, con descripciones que a veces son exhaustivas, lo que supone que para su lectura haya que adoptar una actitud lenta y reflexiva. Incluso se estimó que era un libro para tenerlo consigo y releerlo de vez en cuando, dado que trasluce la nostalgia y la melancolía sobre una importante época de la humanidad, ya desaparecida.

El relato se refiere al primer período de transición revolucionaria que llevó desde el sistema tradicional chino al régimen comunista, situándose la acción en torno a 1948-1950. Se narra el modo como el régimen comunista aplastó las costumbres y las tradiciones chinas por considerarlas expresivas de la "decadencia e inutilidad burguesa", tras la guerra civil habida entre comunistas y nacionalistas durante largos años, encargándose el autor de resaltar esas costumbres y tradiciones con delicadeza y distancia, como un modo de contraponerlas al modo zafio y abrupto del proceder de los nuevos revolucionarios. En todo caso permite comprender muy bien algunos aspectos de la cultura china antes de ser definitivamente aniquilada por la revolución comunista. Más que una crítica al nuevo régimen comunista chino, lo que el autor pretende es realzar toda la tradición cultural china que pereció debido al advenimiento comunista y que incluso estuvo a punto de derruir la hermosa ciudad prohibida.

Se puso de relieve que el libro adolecía de falta de sentimientos en el autor por no haber expresado con claridad sus emociones al describir las antiguas costumbres y tradiciones chinas. El autor no se muestra nunca como apasionado al hablar de las viejas tradiciones chinas, sino que es simplemente un cronista de lo que ocurrió a su alrededor, observándolo desde la barrera, sin implicarse emocionalmente en lo que narraba. Así, se enfatizó su carácter hedonista, incluso arrivista o cínico, que mostraba en diversos pasajes del libro, especialmente cuando centraba su atención en su sensibilidad por la belleza de los objetos artísticos chinos, más que en los miembros de su familia o de la sociedad china en general, que trata con cierta distancia o desapego.

Sin embargo, se consideró que el último capítulo corrige esa falta de emotividad. Este capítulo fue añadido ulteriormente por el autor después de que visitara años después a su familia china, pues siendo muy joven y pese a su homosexualidad había contraído matrimonio por interés con Aimee, bastante mayor que él, la cual era miembro de la familia Yu. Este capítulo final es posiblemente el más doloroso pero también el más emotivo porque revela cómo van apareciendo los verdaderos sentimientos del escritor al encontrarse con varios miembros de su vieja familia china que le mostraron su recuerdo y su cariño, conservando todos ellos una dignidad que estaba inevitablemente vinculada a su milenaria tradición y cultura, y quienes pese a sus limitaciones económicas le hicieron un regalo que realmente conmovió al autor. Posiblemente es a partir de este vínculo emocional cuando el autor decide quedarse para siempre en Japón y seguir dedicándose al arte y a las tradiciones orientales, tanto china como japonesa.

Todos consideraron a Tía Qin como un personaje paradigmático y encantador, que nos trae la nostalgia de un tiempo en extinción, como exponente de la antigua sabiduría y tradición chinas. Además, se hicieron diversos comentarios sobre concretas anécdotas y costumbres chinas que van aflorando constantemente en el libro, como la numeración de los abundantes hermanos y hermanas para así evitar su difícil memorización, o la importancia que el jardín tenía para la familia como lugar donde pasear serenamente, o bien el seguimiento de la concreta religión sincrética abrazada por el autor, y tantas otras.