Esta nueva edición de "Poetas en el Ateneo", celebrada el pasado 15 de octubre, tuvo como protagonista al poeta alicantino, Ramón Bascuñana (1963). El creador y motor de esta prestigiosa idea, Vicente Barberá, condujo el acto.

Hasta la fecha, Bascuñana ha publicado los siguientes poemarios: Hasta ya no más nunca (1999), Quedan las palabras (2000), Tal vez como si nunca (2001), Los días del tiempo (2002), Liturgia de la profanación (2002), Retrato de poeta con familia al fondo (2003), Ángel de luz caído (2005), Vera Efigies (2005), Las avenidas de la muerte (200), Impostura (2006), La piel del alma (2006), Donde nunca ya nadie (2008), El gesto del escriba (Antología, 2009), El centro de la sombra (2014), Cincuenta por ciento (2014), El humo de los versos (2016), Desnuda luz de la melancolía (2016), Cuaderno de preposiciones (2017).

Poeta ampliamente galardonado, ha obtenido, entre otros, los siguientes premios: Premio Nacional Miguel Hernández (1997), Premio Paco Molla (1998), Premio Esperanza Spínola (2001), Premio Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez (2002), Premio Julio Tovar (2003), Premio Mariano Roldán (2004), Premio Flor de Jara (2006, Premio Marina Romero (2006), Premio Juan Bernier (2013), Premio Fernando de Herrera (2014), Premio Ernestina de Champourcín (2015), Premio Ciudad de las Palmas (2015), Premio Poeta Mario López (2017) y Premio Gerardo Diego del Gobierno de Cantabria (2018)

Como es habitual en “Poetas en el Ateneo”, la sesión se inició con la proyección en pantalla de una serie de fotografías del poeta, que permitieron darlo a conocer en algunos aspectos de su vida. Fotos con sus familiares (su abuela materna, el día de la boda de sus padres, de su niñez…), con otros poetas (Luis Alberto de Cuenca, Bibiana Collado, J.P. Zapater, Susana Bennet, Luis García Montero…), recibiendo algunos de sus premios (Miguel Hernández, J. R. Jiménez, Gerardo Diego…), etc.

Tras este breve recorrido por diversos momentos de su vida, Barberá procedió a formular una serie de preguntas para ahondar en su trayectoria vital y poética. Preguntas que giraron en torno a una entrevista que le hizo Ada Soriano titulada: «Cuando no escribo es como si fuera un vegetal inerte».

Ada Soriano comienza esa entrevista afirmando que: eres autor de un buen número de libros de poesía y dos de relatos, además de articulista consumado, capaz de hablar con igual solvencia tanto de cine, como de poesía, arte o política. ¿Con cuál de estas cuatro últimas cosas te identificas más?

– Ada es una excelente poeta de Orihuela que tiene la virtud de realizar unas entrevistas maravillosas. Yo me inclinaría más por el cine. Me encanta el cine, no solo ver una buena película, sino también leer sobre el cine.

Particularmente, me interesa el tema de la felicidad, ya sabes que dirijo un aula de felicidad. Tú has escrito el libro Todas las familias infelices (Ediciones Chamán, 2019). Te hago la misma pregunta que te hace Ada en esa entrevista:¿Qué crees que podría aliviar al ser humano de la sensación de infelicidad y de fracaso?”.

– Sinceramente, creo que muy poco o nada. Pienso que en el fondo no nos educan para la libertad, sino para anular la capacidad de crítica, para que no pensemos por nosotros mismos. Tienes que acabar tus estudios, encontrar un trabajo, comprarte un coche, un piso, casarte, integrarte en el sistema, tener hijos que perpetúen el sistema y sean devorados por él, y todo está tasado y todo tiene un precio que debemos pagar, por y para sobrevivir en el maremágnum de la mediocridad más acrisolada. Por eso no se cultiva ni se valora la cultura, y si es posible se la veja y se la arrincona, porque permite que los seres humanos sean libres y piensen por sí mismos y se alejen de la escala de valores que el capitalismo atroz que nos gobierna nos impone. La educación y la cultura nos liberan, pero si el Gobierno y el capitalismo que gobierna al Gobierno la controlan, entonces estamos abocados al fracaso como sociedad.

En esa entrevista dices que cuando no escribes te sientes “un vegetal inerte”. ¿Realmente te sientes así, si no escribes? ¿La poesía es para ti como un modo de terapia?

– Ante todo debo decir que no pertenezco a ningún movimiento ni a ningún grupo poético concreto, no le debo nada a nadie o a casi nadie (hay dos o tres excepciones), no le dejo mis manuscritos a poetas amigos o conocidos o afines para que me digan qué poemas no les parecen adecuados. Siempre he escrito lo que me ha apetecido, lo que me ha dado la gana y como me ha dado la gana. Asumo mis poemas y mis errores. Posiblemente escribo demasiado, pero escribir poesía es mi manera de estar en el mundo y de entender la vida. Y efectivamente, cuando no escribo es como si fuese un vegetal inerte. Lo bueno de la poesía es que te permite expresarte de mil formas diferentes y yo me siento bien en cualquiera de ellas, y cuando paso un tiempo sin escribir noto que me falta algo fundamental en la vida.

¿Dónde nace y muere la poesía?

– Todo poema nace o, para mí, debería de nacer de un yo herido, lacerado; un yo que puede confesarse en primera persona, lo cual es peligroso si no se es un poeta extraordinario, o un yo que puede confesarse por persona interpuesta, con un doble poético, con una voz prestada, que miente lo justo y necesario para gritar su verdad. Todo poema es una media verdad. Toda vida es un fracaso encubierto.

Las preguntas fueron complementadas con la lectura de algunos de sus poemas por otros seis poetas:

  • Blas Muñoz: “Early Sunday Morning”.
  • Francisco Cejudo: “El humo de los versos”.
  • Mila Villanueva: “Retrato de un artista (no tan) notable”.
  • Miguel García Casas: “Los motivos del poeta”.
  • Félix Molina: “El patio”.
  • Juan Luis Bedins: “Doce de enero, 2008”.

Ya casi en la recta final de esta tarde poética, sin duda espléndida, Ramón Bascuñana procedió a leer algunos de sus poemas: “La sangre de los sirios”, “La vida en un acto”, Los poetas”, “El tiempo”, “Máxima”, “Se ruega” y “Las cosas de la vida”.

Y, finalmente, Vicente Barberá invitó al poeta Alejandro Font de Mora a que diera lectura al poema que figuraba en el díptico: “Alto don”, quien dijo de Bascuñana que le había sorprendido gratamente su gran sinceridad.

Texto de Pascual Casañ