El protagonismo y el uso del Tiempo (en sus más variadas aplicaciones, representaciones o acepciones), y el Espacio (dimensión inseparable de la anterior magnitud), en el cine de Francis Ford Coppola, no queda circunscrito al mero hecho referencial de tramas con largas sagas familiares, personajes arrastrados a su pasado, o jóvenes que maduran entre acné y cigarrillos.

Más allá de estás puntuales temáticas, existe una preocupación humana y artística, que se desvela en la labor creativa del director y deja al descubierto valores que afectan a una filosofía muy particular (de ver, sentir y representar el mundo y sus habitantes), y que a su vez abarca los factores humanos, científicos y sociales. El tiempo atraviesa, en mayor o menor grado, toda la filmografía del cineasta y Coppola jamás lo negó como tema subyacente en cada una de sus obras.

Esa percepción y preocupación por el tiempo en Coppola parece que podría deberse a ese año de convalecencia y soledad, padecida cuando el director tenía nueve años, debido a una enfermedad tan contagiosa como la poliomielitis. En ese largo tiempo, y aún más desde la percepción de un niño, Coppola debió de ver como el tiempo se escapaba en una rutina mínima, en la que solo su imaginación le permitía huir de la cama. Debió de sentir que el tiempo se escurría, que desaparecía y que, probablemente, no volvería.

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