La sociedad morisca ha sido objeto de atención desde el siglo XVI y han trascendido hasta nuestros días muchos de sus aspectos, entre ellos la dificultad de la sociedad para imponerles su religión cristiana, su lengua romance y sus leyes romanas.

La expulsión de los moriscos fue un largo y complejo proceso que culmina principios del siglo XVII, en el que se multiplican los decretos oficiales frecuentemente contradictorios y las actuaciones subsiguientes no menos confusas.

Todavía más prolongada en el tiempo y más compleja la inestable situación general de los musulmanes hispánicos, que arranca de la implantación de varios reinos cristianos medievales de rasgos europeos en el Al-Ándalus musulmán, y los problemas que se suscitaron para la armónica integración de sus gentes, leyes y costumbres, especialmente en la refundación ideal de la Hispania, romana y católica, diseñada por los juristas del Colegio de San Clemente de Bolonia y llevada adelante por la voluntad política los monarcas españoles y sus funcionarios en el tránsito del siglo XV al XVI.

La secular conservación del recuerdo indeleble del morisco y de los innumerables elementos de carácter lingüístico, esquemas mentales, tradiciones culinarias, fórmulas culturales, etc., del pasado islámico que han perdurado; y todo ello enmarcado, no por una concepción excluyente o aversiva, sino mezclado con una fascinación no exenta de afecto por algo que se siente exótico y al mismo tiempo como propio.

Con la expulsión de los moriscos, el Reino de Valencia, que contaba con alrededor de 450.000 habitantes, perdió 170.000, es decir, casi el 30% de su población. Extensas zonas quedaron deshabitadas, sobre todo zonas rurales, que es en donde se concentraba la población morisca. Fueron expulsados de sus viviendas y llevados a los puertos donde embarcarían hacia Berbería, tan solo con los bienes que pudiesen llevar sobre ellos mismos. Las tierras y casas quedarían para sus señores. Quedaban excluidos de la expulsión aquellos que fuesen buenos cristianos, las moriscas casadas con cristianos viejos y sus hijos, los niños menores de 4 años que sus padres quisiesen dejar, y a un 6% de cada localidad para facilitar el asentamiento de los repobladores.

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