Presentado el tema por Carlos Climent Durán, expuso lo ocurrido en la Universidad de Stanford en 1971, en donde se seleccionaron 24 estudiantes universitarios de posición acomadada, doce de los cuales actuarían uniformados como vigilantes y los otros doce como presos, habiéndose derivado hacia una tensión entre ellos al cabo de seis días que hubo que interrumpir el experimento para impedir la causación de agresiones entre ellos.

El efecto Lucifer puede darse en cualquiera de nuestros contextos más cotidianos. Se refiere a que una persona aparentemente normal, buena e integrada es capaz de cometer actos atroces. Lejos de padecer un trastorno o un pasado traumático, se produce la influencia muy poderosa de un factor situacional que nos deshumaniza. El mal parte de un contexto, de una situación social y de una serie de mecanismos psicológicos relacionados con el momento puntual que estamos viviendo.

Según Philip Zimbardo, “es posible inducir, seducir e iniciar a buenas personas para que acaben actuando con maldad”. Esto significa que la maldad no se limita o encasilla en un tipo de persona específico, sino que todos tenemos en nuestro ser la capacidad de sucumbir al hecho de ser crueles, sin importar el contexto cultural o sociológico. Es decir, que cuando se dan las circunstancias o se presenta la oportunidad, podemos relegar la moral a un segundo plano.

El efecto Lucifer nos habla de que seguir el camino de la rectitud puede ser complicado, pues los límites del bien y del mal suelen desaparecer ya que ambos conviven en nuestro interior y es una elección personal. Con la influencia apropiada, alguien puede abandonar su ética y contribuir con la violencia y la opresión, ya sea de manera directa o por inacción. Es sabido que durante el Tercer Reich, los soldados nazis ignoraban los principios y valores que les fueron inculcados por su familia y su religión desde la infancia, para torturar y asesinar a miles de personas porque simplemente seguían las órdenes de sus comandantes, que a su vez seguían las órdenes del Führer, además de obedecer a deseos primarios destructivos sin ser realmente conscientes de ello.

En general, los males del mundo son responsabilidad de todos o de cada uno de nosotros, según los casos: la deshumanización, la crueldad, el sadismo, la represión, el abuso, el egoísmo, nos hacen intrínsecamente malos. Aunque todo esto lo podemos combatir pasando de monstruos a héroes en ejercicio de nuestra libertad. Bien por una decisión interna que responde a las exigencias morales que hemos aprendido, bien porque la presencia de los demás nos lleva a actuar correctamente.

A partir de lo acabado de decir, en la reunión se sugirieron para debate las siguientes cuestiones:
1ª) Todos asumimos como propios los modos o las reglas propias de la actividad que realizamos. Tendemos a buscar la aceptación del grupo (social, profesional) en que nos integramos, haciendo nuestras sus reglas. No sólo hacemos propias las enseñanzas que recibimos en la familia o en la escuela, sino las que recibimos de otros grupos de los que formamos parte.

2ª) En función de nuestras características personales y de las circunstancias externas, somos capaces, en ejercicio de nuestra libertad, de aplicar esas reglas o modos de actuar para hacer cosas buenas o cosas malas.

3ª) Incluso cuando decidimos actuar realizando un mal, lo hacemos creyendo que hacemos un bien. Esa es la paradoja del mal, en palabras del criminólogo Vicente Garrido. Muchas veces empleamos distorsiones cognitivas, hacemos desconexiones morales, para ejecutar un mal creyendo que es un bien.

A continuación siguió un animado debate sobre un tema que puede decirse que es inacabable, dado que lo concerniente a la bondad o maldad de las personas es algo que nos afecta a todos en lo más hondo.

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