Tercera de las sesiones del nuevo seminario de los Diálogos sobre los Diálogos de Platón, y ya van tres, organizado por la Escuela de Filosofía del Ateneo Mercantil. En esta ocasión dedicada a la lectura de los libros V y VI de la República.

Con la lectura de estos dos libros podemos experimentar el estar entrando en el corazón mismo de la República, una sospecha que puede verse confirmada por la aparición de la Idea del Bien.

Sobre el contenido del diálogo que mantiene Sócrates en la República con Polemarco, Adimanto y Glaucón se añade el ya largo diálogo que mantienen el profesor Juan Antonio Negrete y Antonio Lastra sobre la importancia de los elementos dramáticos a la hora de interpretar los Diálogos de Platón. Y lo que ello supone, pues nos obliga a no perder de vista quien habla y con quien hablan en cada momento del diálogo.

Se inicia con el Libro V la discusión sobre la clase de ciudad, de constitución y la clase de humano que Sócrates puede calificar como buena. La interrupción de Polemarco y Adimanto tras una votación en la que participa también Glaucón para que Sócrates les explique lo de la comunidad de mujeres e hijos donde todo es común, muestra la reacción ante una propuesta que puede no ser considerada buena o realizable, y dependiendo de quien la escuche, tal vez risible o quimérica. Sócrates expresará sus reservas a la hora de hablar de estas “cuestiones en las que más cuidadosamente hay que evitar un mal paso”. Pero Glaucón instará a Sócrates a continuar, afirmando que no son ignorantes quienes le escuchan y por tanto podrán entenderle.

Lejos de ser irrealizable ni quimérico, dirá Sócrates, se trata de un sistema más de acuerdo con la naturaleza que el que se practica. Se trataría este de un modelo eugenésico en el que el género es una construcción social, y la clase social quedaría establecida por naturaleza, según el metal que predomina en cada uno. Un modelo que supondría también reforzar con un vínculo fraternal la relación política dentro de la polis; no visto esto como la destrucción de la familia, sino como la identificación de la familia con el Estado. La curiosidad de Glaucón por este modelo se comprueba con su insistencia por la viabilidad de la ciudad propuesta.

Pero la ola más importante está por llegar: la del filósofo rey. Reconocerán su difícil realización; posibilitada acaso por un rey que se acerque a la filosofía y la practique noble y adecuadamente. Difícil pero no imposible a menos que coincidan la filosofía y el poder político.

Como muy bien advierte Glaucón será necesario precisar quiénes son pues los filósofos. Y estos son, dirá Sócrates, los que contemplan la verdad.

Durante el Libro VI Sócrates habla del filósofo con Glaucón pero se dirigirá a Adimanto cuando confiese que tan sólo un pequeñísimo número de personas son dignas de tratar con la filosofía. Las naturalezas filosóficas son pocas y corruptibles, por el propio carácter y por las circunstancias.

Se abre la cuestión en ambos diálogos, el platónico y el nuestro, sobre la salvación de la ciudad y de cómo debe practicar la filosofía la ciudad. ¿Puede el Estado ser filosófico? ¿Puede el filósofo gobernar? Y “las más grandes enseñanzas”: la idea del bien.

La interrupción de Glaucón instando a Sócrates a no detenerse y explicar lo que es el bien, como hizo con la justicia, la templanza y las demás virtudes lleva a Sócrates a analogías y semejanzas en los pasajes del Sol y el hijo del bien.

Nos topamos, casi para finalizar, con Epekeina tes ousias y la dificultad para traducir la “maravillosa superioridad”, como exclama Glaucón, que expresa ousía.

Termina el libro VI y la sesión con el símil de la línea, y de nuevo una analogía en su bajada a la caverna.

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