Descubierta en el siglo XVIII por ex­ploradores fran­ceses, durante mucho tiempo Tanis no fue vista más que como un grupo de colinas arenosas perdidas en medio de un paraje inhóspito. Más adelante, en la segunda mitad del siglo XIX, se empren­dió la excava­ción del yacimiento, pero no fue hasta 1939 que el arqueólogo francés Pierre Montet desve­ló el gran valor artístico de esta antigua ciudad egipcia, situada en el delta oriental del Nilo. Montet halló una necrópolis real que contenía las tum­bas de varios faraones de las dinastías XXI y XXII. Tres de ellas, acompaña­das de fastuosos ajuares funerarios y joyas, estaban intactas.

Brillante e inalterable, el oro fue el metal más valorado por los egipcios, que lo utilizaron profusamente en el ajuar y la decoración de las tumbas reales. En esos tiempos, los egipcios conseguían el oro en yacimientos relativamente próximos, en particular en los cursos fluviales secos del desierto oriental del Alto Egipto, en el sur del país. No fue hasta el Imperio Medio, a finales del III milenio a.C., cuando se empezó a importar el oro masivamente de Nubia, (actual Sudán). La consiguiente abundancia de oro alimentó el gusto por las joyas lo que inspiró nuevas formas y técnicas de orfebrería. En el Imperio Medio, la orfebrería y las joyas egipcias alcanzaron su máxima expresión.

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