En la última sesión de la Escuela de Filosofía del Ateneo Mercantil se desgranaron profundamente los dos libros del filósofo Ramón de Castillo: "El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo", que es una crítica a todas esas fantasías del naturalismo hípster, y "Filósofos de paseo", que nos enseña si existe relación entre pasear y pensar.

Ramón del Castillo destaca en su primer libro que el "amor por la naturaleza" inspira todo tipo de ilusiones. El deseo de escapar a zonas verdes ha cobrado un nuevo sentido en una época dominada por los sueños ecológicos y los delirios colectivos del diseño arquitectónico. El autor combina distintas disciplinas (psicología, geografía, sociología) en una visión ácida de los espacios de evasión más cotidianos, pero también de los escenarios fantásticos imaginados por el arte, la literatura y la ciencia. En definitiva, realiza un recorrido sin par por las ideas y experiencias que han dado forma a la ideología del naturalismo en la actualidad, completado con una profusa y distraída guía con todo tipo de recursos sobre el tema.

Y es que, desde pequeños nos trasmiten una forma de situarnos en el espacio: la naturaleza puede considerarse el lugar de aventuras épicas o el escenario del aburrimiento absoluto; puede ser un lugar para huir de la vida urbana, pero también algo peligroso que evitar. La naturaleza se ha ido convirtiendo en un objeto de adoración, pero el ecologismo no requiere del culto: la principal razón por la que se promueve el cuidado del medioambiente es egoísta. La humanidad maneja la naturaleza a su antojo.

En su segunda obra destaca la pasión que muchos de los filósofos más importantes comparten: caminar al aire libre. Algunos repiten el mismo recorrido cada día y otros no paran de explorar nuevos caminos; hay quienes odian el campo y quienes adoran los parajes sublimes; unos disfrutan a la sombra de limoneros y otros se ocultan en bosques misteriosos. La Naturaleza nunca será un mero decorado para Nietzsche, Heidegger, Adorno, Sartre y otros grandes pensadores, sino la dimensión fundamental de algunas de sus más famosas ideas.

Antonio Lastra arrancó el coloquio destacando dos peculiaridades que había encontrado en las dos obras de Ramón del Castillo, por un lado, el uso notable del pasado en las formas verbales del escritor en vez de usar el pretérito perfecto que siempre te acerca más al lector, mientras que por otro lado le llamó la atención la cantidad de lugares que había visitado a la hora de escribir los libros y le planteó la pregunta de ¿en calidad de qué había hecho los viajes?

Ramón del Castillo destacó que escribe en pasado casi sin calcularlo, pero "supongo que tiene que ver con la actitud". El filósofo no era consciente de que se expresaba con ese tiempo verbal, pero quizá tiene que ver más con que "los libros cuando los escribo, ya no me interesan, cuando lo escribo quiero que estén bien, pero es a toro pasado, concibo la escritura como una memoria. Si hago un libro lo convierto en pasado". A lo largo de su vida ha escrito siempre de filósofos del pasado "como historiador de las ideas he escrito de cosas pasadas, en cualquier caso, escribo de recuerdos que he tenido hace 10 años, pero siempre he querido evitar la biografía o la voz en primera persona, tengo reservas en escribir en primera persona porque lo considero ególatra y por eso escribo en pasado".

Lastra destacó que Ramón de Castillo no tiene esa peculiaridad geográfica de hablar en pasado como puede ser la de ciertas partes del norte de España y por eso le dejó la duda de que "se ha ido como filósofo, que ha dejado los libros atrás y por eso lo hace empleando una forma de tiempo pasado y compartido, usando el pasado y el nosotros. Compartes con nosotros recuerdos de tu infancia y de tus vivencias, pero todo está expresado en un tiempo pasado y eso le resta la emoción de que esté en nuestro tiempo, es como como si hubieras operado con un bisturí y quitado lo que no te interesaba".

Y es que Antonio Lastra cuando leía las obras de Ramón del Castillo se apuntó en una hoja todos los lugares en los había estado y se preguntó cuánto tiempo le llevaría a cualquier persona disfrutar de todos esos sitios en los que estuvo y, sobre todo, en calidad de qué lo hizo. "Me pregunto en calidad de qué ha viajado a esos sitios, si no es un viajero y no es freelance. El narrador de ese libro es un filósofo, un culturalista, un profesor... Yo creo que esto te pasa porque no tienes una figura marcada de un filósofo al que sigues. Creo que eres un cosmopolita capaz de hablar perfectamente de todos los lugares que ha visitado".

"Cuando he disfrutado de los lugares de los que hablo, lo he hecho en calidad de profesor y de persona porque siempre he estado en ellos de alguna manera gracias a mi trabajo, ya que me ha permitido viajar. Muchas cosas de las que apareen en el libro es mi vida paralela que me permite mi trabajo, por ejemplo, cuando iba a algún congreso en EE.UU pues aprovechaba para contar lo que veía. Siempre fue un procedimiento de cautela, nunca me puse a mí mismo como observador presente. Viajé a muchos sitios y gracias a estos contactos que he hecho a lo largo de mi vida, pues he viajado a sitios donde la clase académica se reproduce... Durante esos viajes de trabajo también hice cosas que haría un turista, sin ir más lejos cuando estuve en Texas me ofrecieron visitar sitios y estuve en la Escuela Militar George Bush, así que muchas de esas cosas salen en el libro, lo considero desviaciones de la academia, desviaciones de mi trabajo. En ese sentido soy un cuentista, porque creo que he viajado poco, por decirlo de otra manera siempre me he considerado un provinciano comparado con esos cosmopolitas que viajan, pero da igual donde viajen", destacó Ramón del Castillo.

En su primer libro, "El jardín de los delirios", Ramón del Castillo sospechaba y criticaba la sacralización de la naturaleza desde una óptica marxista y materialista. "Por un lado está el espejismo y el engaño y por el otro lado está la alegría y la locura. Esos viajes que he hecho lo he hecho 'flipado', es una locura normal, es un delirio controlado, una ensoñación despierta. En el primer libro se ha insistido menos, pero me criticaron ciertos ecologistas, pero creo que hay mucha alegría en el libro. No quería hacer algo previsible. En mi opinión el primer libro es cosmopolita, pero en cambio en el segundo libro ejerzo en cierto sentido de topofóbico. Creo que no se puede ser ciudadano del mundo. En los dos libros escribo desde una posición que molesto, quizás mis planteamientos no sean edificantes, pero me siento más cómodo molestando que inspirando. Thoreau decía que siempre estaba más a gusto molestando o poniendo objeciones que edificando, pues me ocurre algo similar. Yo estaré fastidiando a cierto tipo de ecologistas, pero es que hay gente con una moral 'ecofantástica' que no son tan edificantes y por eso los criticamos".

En el segundo se hace una crítica constructiva a Haidegger. Reflexiona sobre la relación entre paseo y pensamiento, acompasando a nombres como Adorno, Heidegger, Sartre… y hasta Walser, que murió paseando. Más allá de las ideas de cada uno, lo que hace del Castillo es profundizar en sus contextos, en los parajes que frecuentaban. La crónica está documentada y proporciona materiales para profundizar en las ideas de cada pensador, pero en vez de exponer sus doctrinas de forma abstracta se los acompaña por los escenarios que frecuentaron. Esto le llevó a destacar a Ramón del Castillo que se siente un historicista de la Filosofía.

"Yo he sido historicista en defensa propia. Las mayores influencias que tuve en la infancia fueron las de no ser historicista, sufrí formas de instrucción filosófica como anti historicista, por eso creo que hice todo lo contrario y me convertí en uno de ellos. No tengo una personalidad muy definida, pero sí estuve y estoy con filósofos que compartían todos unos prejuicios comunes que fue el despreciar las Ciencias Sociales y las Humanidades y por tanto a los Departamentos de Geografía Humana, a los Departamentos de Literatura... y a todo eso me opongo. Lo padecí en los años 70 c0mo estudiante y luego como docente. Por eso mis dos libros son reactivos, pero en 'Filósofos de paseo' mi forma de reaccionar no es resentida, si no que me voy fijando en detalles de sus propias 'vacas sagradas' que ellos no consideran esenciales", destacaba Ramón del Castillo.

Pero el autor de las dos obras todavía fue más contundente con la siguiente afirmación: "Mis libros son un proceso de rehabilitación a la Filosofía... mirad, de la Filosofía se es capaz de salir como de las drogas y el alcohol. Es insoportable con el paso de los años el grado de ostracismo que está generando la Filosofía".

Mientras que coloquio entre ambos filósofos concluyó con el significado de naturaleza para un historicista reactivo como del Castillo. "En libro digo lo que no estoy dispuesto a aceptar sobre lo que es la naturaleza. Mi libro está expresado e intento sacar una conclusión destacando sobre lo que no puede ser la naturaleza. La palabra naturaleza es en sí lo indómito, lo que no hay forma de controlar, lo salvaje".

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