El Reino Unido sigue conmemorando con un variado programa cultural el 400 aniversario del fallecimiento del dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616). La ciudad natal del escritor, Stratford-upon-Avon, realizó varios actos para recordar la fecha y cuenta, además, con la visita del príncipe Carlos y su esposa, Camila, duquesa de Cornualles. Allí se celebró un desfile en el que se rindió tributo al legado literario del autor inglés de comedias, tragedias y sonetos más conocido en el mundo, que murió el 23 de abril de 1616.

En el siglo XVII tuvo lugar un importante desarrollo de la dramaturgia europea, sobre todo en Inglaterra, España, Francia e Italia. Las compañías teatrales seguían siendo en su mayoría itinerantes, pero ya a finales del siglo XVI empezaron a establecerse. El teatro se desarrolló bajo la protección de reyes y nobles. En Inglaterra, el interés de Carlos I y su esposa, la francesa Enriqueta María, dio un poderoso impulso al género.

Durante el reinado de Isabel I de Inglaterra se construyeron en Londres los primeros teatros públicos y estables. Los teatros isabelinos. Dentro de ese contexto de renacimiento del teatro europeo, la figura teatral indiscutible en Inglaterra fue la de William Shakespeare. En su trayectoria pueden distinguirse cuatro etapas. A la primera de ellas (hasta 1598 aproximadamente) pertenecen una serie de piezas juveniles en las que Shakespeare se ciñó a las modas vigentes, adaptando los temas al gusto del público. En este período practicó diversos géneros, desde la comedia de enredo (La comedia de los errores) hasta la tragedia clásica de influencia senequista (Tito Andrónico), pasando por el drama histórico (El rey Juan, Ricardo III, Enrique IV). Otras obras de este momento inicial, como El mercader de Venecia, La fierecilla domada, Romeo y Julieta o El sueño de una noche de verano, marcan el inicio de una fase de mayor creatividad.

Las obras medias

En la segunda etapa shakesperiana, que va de 1598 a 1604, se sitúan las piezas que suelen denominarse "obras medias", caracterizadas por un mayor virtuosismo escénico. Entre las comedias sobresalen Las alegres comadres de Windsor y Bien está lo que bien acaba, mientras que los dramas Julio César, Hamlet y Otelo anuncian ya el período siguiente, conocido como el de las grandes tragedias (1604-1608), en las que Shakespeare bucea en los sentimientos más profundos del ser humano: la subversión de los afectos en El rey Lear, la violenta e insensata ambición en Macbeth y la pasión desenfrenada en Antonio y Cleopatra. La fase final (1608-1611) brilla por su última obra maestra, La tempestad, en la que fantasía y realidad se entremezclan ofreciendo un testimonio de sabiduría y aceptación de la muerte.

La división en etapas no deja de ser en realidad una convención didáctica por la imposibilidad de datar cronológicamente muchas de sus obras y por la misma heterogeneidad que se advierte dentro de esas supuestas fases en la evolución de su dramaturgia. Sí se sabe que, ya antes de 1594, había trabado amistad con el joven conde de Southampton, Henry Wriothesley, a quien dedicó sus dos poemas narrativos Venus y Adonis (1593) y La violación de Lucrecia (1594), y la mayoría de los Sonetos (posiblemente los del período 1593-97).

De poderse atribuir a Shakespeare, según parece, la segunda y la tercera partes de Enrique VI, la primera fecha con que es posible datar su actividad dramática sería el año 1591; en la redacción de este drama se advierten rasgos cómicos y sentimentales que posteriormente habrían de convertirse en característicos del autor. En el curso de este período inicial Shakespeare ensayó, además del drama histórico, entonces muy de moda, la comedia (La comedia de las equivocaciones) y el género dramático de horror, con Tito Andrónico, el primer drama publicado por Shakespeare (anónimo, en 1594). Esta última obra y Ricardo III revelan la influencia de Marlowe, quien, por su parte, parece haber inspirado en Enrique VI su Eduardo II. Tal conjunto dramático inicial apenas permite descubrir las huellas de un genio.

La composición de dramas

Shakespeare dedicó entonces todas sus energías a la composición de dramas, y sólo prosiguió sus actividades de poeta no dramático con algunos sonetos que fueron apareciendo por lo menos hasta 1600 aproximadamente. El periodo situado entre la mitad de 1599 y 1601, o sea entre la marcha del conde de Essex a Irlanda y su fracasada insurrección, coincide con una especie de paréntesis abierto en la inspiración del dramaturgo, el cual, consciente de sus facultades, parece vacilar antes de comprometerlas en empresas de mayor trascendencia que las tres comedias cuyo mismo título podría considerarse indicio de una negligente ligereza: Mucho ruido por nada, Como gustéis y Noche de Epifanía.

A fines del reinado de Isabel, Shakespeare había desarrollado todas las posibilidades del drama histórico y alcanzado sus más altas cumbres con Ricardo II y Enrique IV, continuación del cual, y también de Enrique V, es la comedia Las alegres comadres de Windsor, que algunos tienden a situar hacia 1598; al mismo tiempo, en su actividad de comediógrafo iba explotando los más exquisitos recursos de un género muy apreciado por el público.

Sólo como trágico no había manifestado aún la plenitud de su talento, a pesar de la genial transformación de la vieja fórmula senequista de la tragedia de venganza y horror, evidente en Tito Andrónico, y no tanto en Romeo y Julieta, en la que el terror queda velado por la piedad, y en Julio César, obra en la cual, junto a la persistencia de los temas de la venganza y los espectros, se da el carácter de Bruto, que supera ya los límites espirituales de tal género dramático.

En Hamlet, en cambio, cuya versión original, posiblemente de Kyd, debió de ser un típico drama senequista, la fórmula en cuestión aparece ahogada por la apasionada protesta del protagonista contra los inevitables sofismas del pensamiento, que inducen a ver en las cosas "apariencias", pero no certezas absolutas. En esta obra, cuya nota central se halla en la frase del monólogo del príncipe (act. III, escena I, 85) "los primitivos matices de la resolución se desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento", Shakespeare pudo haber experimentado la influencia de la terrible catástrofe de Essex, que ocurrió el mismo año de la composición del drama (1601) y arrastró consigo durante algún tiempo la suerte del protector de Shakespeare.

Los años finales de su vida

En 1609, sin su consentimiento, se publicó el conjunto de sus Sonetos, auténtico universo de extraordinario rigor formal y profundidad conceptual, que ha planteado a lectores y eruditos una serie de ininterrumpidas ocasiones para el asombro. Un cuerpo de 54 sonetos de perfección indiscutible, escritos a lo largo de 20 años, con varios hilos argumentales de enigmática definición. En cualquier caso, la progresión y extraordinaria calidad del conjunto hacen de éste un mundo de insuperable densidad estética.

También las comedias escritas por Shakespeare a principios del reinado de Jacobo I, o sea en torno a 1603, revelan un espíritu agitado; la ironía y el disgusto aparecen de varias maneras en Troilo y Crésida, Bien está lo que bien acaba y Medida por medida. No hay, empero, ambigüedad en las tres grandes tragedias Otelo, El rey Lear y Macbeth. En las tres tragedias en cuestión las pasiones son presentadas en esencia y atribuidas a caracteres primitivos: Lear y Macbeth son jefes bárbaros pertenecientes a épocas muy remotas, y Otelo es un africano.

Shakespeare dio sólo un esbozo de tal drama, quizá a causa de una enfermedad de las que salió con el alma renovada posiblemente por la fe religiosa: en realidad, la concepción del mundo de sus últimas obras dramáticas, y singularmente de La tempestad, puede considerarse cristiana. Su padre pudo haber sido católico. Hacia 1610 cabe situar el retorno, de una manera fija, a Stratford, donde Shakespeare pasó tranquilamente los últimos años de su vida; en 1613 escribió, en colaboración con el joven dramaturgo John Fletcher, su último drama, Los dos parientes nobles.

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