Comprende los siglos XVII y XVIII y los albores del XIX. Durante este tiempo nos encontramos  en primer lugar con el renacimiento tardío y el manierismo. A esta etapa artística le sigue el Barroco y sus diferentes manifestaciones y variantes, que podemos considerar que finaliza a mediados del siglo XVIII, cuando se inicia el movimiento que hoy conocemos como neoclasicismo, que coincide con las creaciones de la Academias de Bellas Artes y cuya etapa mas avanzada coincidirá en el tiempo con la aparición del romanticismo, que tiene lugar ya en el siglo XIX.

A grandes rasgos se puede decir que el Renacimiento es igual a normas, y en tanto que el Barroco equivale a ruptura de formas, el Neoclasicismo seria otra vez  igual a normas y el Romanticismo vuelve  a producirse otra ruptura de normas establecidas.

El arte barroco es muy variado, se produce una integración de todas las artes. La arquitectura se combina con la escultura y la pintura, e incluso con las artes aplicadas. Frente a la quietud y la armonía que caracterizan el Renacimiento; en el barroco todo es dinamismo y movimiento; en particular, la pintura barroca se caracteriza por su tendencia a conseguir contrastes cromáticos, con una  utilización preferente de las tonalidades, rojas, azules y amarillas. A diferencia  del arte renacentista, que se dirige sobre todo a la razón, el barroco se esfuerza por llegar al corazón, es decir, a los sentimientos.

En general la pintura barroca es grandilocuente, aunque también manifiesta su evidente interés  por lo cotidiano, las figuras populares y la cosa sencilla, una cualidad que se puede observar con gran claridad en las pinturas de género, bodegones o paisajes, muy abundantes en este tiempo. Entre las características principales, cabe destacar ante todo el naturalismo, según el cual se intenta trasladar la realidad tangible a las composiciones, sin qué importen demasiado la fealdad, la tristeza e incluso la repulsión. Esta característica es muy diferente de la búsqueda de la belleza ideal, que era una constante en los tiempos precedentes. Las ansias de realismo se muestran especialmente  en los temas históricos  o religiosos del pasado.

En la pintura barroca los colores predominan sobre el dibujo, las machas de color sustituyen  la precisión lineal de los bordes de las figuras y de los objetos. En particular hay que insistir en la importancia de la luz en la pintura barroca, hasta el punto de que muchos historiadores  han subrayado que por encima de todo, la pintura barroca  es: “el arte de plasmar la luz”. En consecuencia, los contrastes entre las luces y las sombras (tenebrismo), tienen una gran importancia en la pintura barroca.

Francisco Ribalta y José de Ribera

A los tenebristas Francisco Ribalta (1565-1628) y José de Ribera (1591-1652) se los enmarca en la llamada escuela valenciana. A principios de siglo trabaja Ribalta, quien se encuentra en Valencia desde 1599. Allí pervivía una pintura religiosa heredera de Juan de Juanes. El estilo de Ribalta, formado en el naturalismo escurialense se adecuaba mejor a los principios contrarreformistas. Sus escenas son de composición simple, centradas en personajes de emoción contenida.

Entre sus obras destacan el Crucificado abrazando a San Bernardo y San Francisco confortado por un ángel del Museo del Prado, o La Santa Cena del retablo del Colegio del Patriarca y el retablo de Portacoeli (Museo de Valencia), del que procede su conocido San Bruno. Discípulos suyos fueron su hijo Juan Ribalta, artista excelentemente dotado cuya carrera truncó una muerte prematura, quien supo conjugar las lecciones paternas con la influencia de Pedro de Orrente, y Jerónimo Jacinto Espinosa, que continuó con el naturalismo tenebrista hasta fecha muy tardía, cuando en el resto de España se practicaba el barroco pleno. Sus obras se caracterizan por fuertes claroscuros, como en El milagro del Cristo del Rescate (1623), Muerte de San Luis Beltrán (1653), Aparición de Cristo a San Ignacio (1658), etc.

Aunque por su origen se le menciona en esta escuela, lo cierto es que José de Ribera trabajó siempre en Italia, donde ya estaba en 1611, antes de cumplir los veinte años, no ejerciendo influencia alguna en Valencia.44 En Roma entró en contacto con los ambientes caravaggistas, adoptando el naturalismo tenebrista. Sus modelos eran gentes sencillas, a quienes representaba caracterizados como apóstoles o filósofos con toda naturalidad, reproduciendo gestos, expresiones y arrugas. Establecido en Nápoles, y tras un encuentro con Velázquez, sus claroscuros se fueron suavizando influido por el clasicismo veneciano.

Entre sus obras más célebres se encuentran La Magdalena penitente del Museo del Prado, parte de una serie de santos penitentes, El martirio de San Felipe, El sueño de Jacob, San Andrés, Santísima Trinidad, Inmaculada Concepción (Agustinas de Monterrey, Salamanca) y la serie de obras maestras que al final de su carrera pintó para la cartuja de San Martino en Nápoles, entre ellas la Comunión de los Apóstoles; también pintó un par de luminosos paisajes puros (colección de los duques de Alba en el Palacio de Monterrey) y temas mitológicos, algunos de ellos encargados por los virreyes españoles en Nápoles: Apolo y Marsias, Venus y Adonis, Teoxenia o La visita de los dioses a los hombres, Sileno borracho, además de retratos como el ecuestre de don Juan José de Austria o el ya mencionado El pie varo que, como el de la Mujer barbuda pintado para el III duque de Alcalá, responde al gusto propio de la época por los casos extraordinarios.

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