Existe una desproporción entre la importancia práctica que tiene el amor en nuestras vidas y el papel que algunas corrientes de la filosofía reciente (por no hablar de la moderna) le han atribuido. Solo en las últimas décadas ha corregido esta laguna la llamada filosofía analítica angloamericana, corriente que reivindica, más que ninguna otra hoy, el rigor conceptual y argumentativo, mientras ocupa una posición dominante en la filosofía mundial. Es en ese marco analítico que nos preguntamos por la naturaleza del amor.

Decía Fromm que el amor es un arte. Pero, ¿es siempre el mismo arte? Es decir, ¿existe algo que compartan la amistad, el amor de pareja y las relaciones de parentesco? Hablamos de amor a personas particulares y concretas (no a los ideales, la patria o la naturaleza, que es conceptualmente posterior). ¿Y qué es lo que amamos en las personas, su ser o sus cualidades? Nuestra reflexión, alejada por completo de la literatura (que acaso nunca, en los tiempos modernos, haya abandonado este tema), es de índole descriptiva y conceptual, intelectual, no precisamente afectiva ni práctica.

Una forma de acercarnos a la definición del amor es establecer algunas condiciones “necesarias” de que este se dé: en el mundo empírico ordinario, es “suficiente” con que llueva para que la calle se moje (CS, condición suficiente), pero no es necesario (CN); en cambio, es necesario que la calle se moje cuando llueva, la mojadura es conditio sine qua non (o CN, necesaria) de la lluvia. Así, intentaremos detectar alguna condición necesaria del amor a las personas, suponiendo que este sea una disposición estable y compleja (pues involucra deseos, emociones, acciones, pensamientos, expectativas...) del amante hacia el amado –perspectiva ésta que facilita el análisis-.

Una primera CN del amor es (a) que el amante sea emocional y positivamente sensible a la existencia y el bien del amado, que se alegre de verlo, que albergue buenos deseos hacia él.  Pero no es CS del amor, pues también somos sensibles a la situación de personas que ni siquiera conocemos y que, por tanto, no podemos amar en el sentido personal.

La tradición filosófica se ha centrado, a partir de Aristóteles, en otras  dos condiciones: (b) la beneficencia, obrar en interés del amado, por su propio bien, a corto y largo plazo: “obras son amores...”; y (c) la conexión entre al amante y el amado que componen un “nosotros”, una complicidad continuada a lo largo del tiempo. En nuestra opinión, es CN del amor interpersonal que  se dé al menos una de las dos, (b) o (c), lo que no excluye que se den ambas. La beneficencia (b) por sí sola es CN de aquellos amores que comportan normativamente el cuidado del amado, como sucede con niños pequeños, familiares enfermos o –frecuentemente- la persona con que compartimos nuestra vida. Pero, en otros casos, el punto de vista benefactor podría estar fuera de lugar o resultar insoportable (David Velleman). También lo es el cuidado del amado que no promueve la autonomía de este –son los amores “tóxicos-.

En cuanto a (c), la unión amante/amado, como normalmente va acompañada de beneficencia, emociones y buenos deseos, puede considerarse como CS del amor, acaso la única. Sin embargo, no es CN del mismo, pues puede haber amores en los que la conexión afectiva no se da o es sumamente débil; piénsese en casos donde se prefiere mantener una prudente distancia con el amado; en los amores asimétricos; los unilaterales (con un alto contenido sacrificial del amante) o incluso los amores imposibles.

Finalmente intentamos inferir el concepto de persona que se sigue de la filosofía del amor propuesta.

Ponente: José V. Bonet Sánchez

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