Pocos expertos cuestionan el modelo de crecimiento chino, el socialismo de mercado que, en solo tres décadas, ha convertido la República Popular en la segunda potencia económica del mundo. A pesar de sus éxitos, la estrategia de desarrollo da muestras de agotamiento. El tradicional modelo económico chino ha generado profundos desequilibrios en la economía que amenazan la sostenibilidad del crecimiento. Destacan entre ellos la alarmante desigualdad de renta, la atonía del consumo y la insuficiente creación de empleo para hacer frente a las necesidades laborales de una población de más de 1.300 millones de habitantes.

La magnitud de los desequilibrios demanda la búsqueda de un nuevo modelo económico que se amolde mejor a las circunstancias de la China moderna, y que permita a su gobierno hacer frente a los retos socioeconómicos del siglo XXI. En este marco, se ofrece una oportunidad única para revitalizar el aletargado proceso reformista y afianzar la economía en la senda del crecimiento sostenido.

Existen múltiples restricciones estructurales que padece la economía, y define como máxima prioridad de política económica la adopción de un modelo de desarrollo en el que la inversión, el consumo y las exportaciones contribuyan al crecimiento de manera más equilibrada. Se quiere desplazar a un plano secundario el hasta ahora tradicional motor de crecimiento, el sector industrial.

Esta transformación es vital. Por una parte, el carácter trabajo-intensivo del sector servicios, frente a la naturaleza capital-intensiva del industrial, creará millones de empleos en el medio y largo plazo. Aunque existe otro reto para la República China y es que cada vez tiene una población más envejecida que no podrá haver frente al mercado laboral. China presenta un problema más propio de las economías avanzadas, el acelerado envejecimiento de su población. La mejoría en la esperanza de vida y el descenso de la fertilidad inducido por la política de control de la natalidad han acelerado el envejecimiento. El 32% de la población tendrá más de 60 años en 2050, frente al 22% de la media mundial.

El envejecimiento de la población tiene dos implicaciones para el futuro de China. Primero, la reducción de la mano de obra que menguará el crecimiento económico, y segundo, el sobrecoste de financiar  la sanidad y las pensiones, al tiempo que disminuye la población activa en un país que mantiene las puertas cerradas a la inmigración. En cambio en política pocos cambios habrá, ya que se seguirá con el partido único y eso implicarán pocos cambios. Pero hay que decir que el gobierno chino ha dado muestras de su determinación y acierto con las medidas de política económica, que ha sido efectiva ante la crisis económica global y que ha convertido China en la segunda potencia económica mundial.

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